Este viaje ha sido muy distinto a anteriores que he realizado por el simple hecho de que mi propósito es descansar (o aprender a descansar, porque sigo en proceso de aprendizaje), reflexionar sobre mi vida antes/después de mi renuncia, dejar ir ciertas cosas para seguir adelante, y, básicamente emprender mi camino para reconectar conmigo misma. Ambicioso… quizás… Sé que son cosas que irán fluyendo con el tiempo y no espero resolver todo en este viaje, pero sí puedo decir con certeza que hasta ahora ha sido una experiencia enriquecedora que me ha permitido pasar más tiempo conmigo misma y reflexionar sobre cosas aleatorias de la vida.
Hablando de cosas aleatorias, hoy quiero reflexionar sobre el impacto que tienen nuestros alrededores en nuestra forma de ser.
Al vivir en un lugar por mucho tiempo, nos acostumbramos a nuestros alrededores, al ritmo de vida que debemos mantener para “sobrevivir” en nuestro ambiente, a encajar en la sociedad… nos acostumbramos incluso a los lugares que visitamos y simplemente a seguir el flujo de la vida en ese lugar como lo conocemos hasta el momento.
Cuando salimos de esta “burbuja” y conocemos otro lugar, nos damos cuenta que la vida puede ser muy distinta dependiendo de dónde nos encontremos. Al regresar a casa es cuando percibimos todo lo que aprendimos, el cómo cambió nuestra forma de ser y qué cosas queremos mantener que conocimos de nosotros en nuestra aventura vivida.
En mis experiencias de intercambio durante la carrera, una de las diferencias más visibles al volver a casa era lo rápido que hacíamos las cosas. En general, en la ciudad en donde vivo, “el tiempo es oro”, al igual que la velocidad, hay estrés en el ambiente por concluir actividades y pendientes, correr de un lado a otro… La mayoría del tiempo no lo notamos porque estamos completamente inmersos en ese ambiente, por lo que no vemos la realidad de lo que estamos viviendo… la realidad de que la prioridad es la velocidad y el estar con prisa, todos estresados, y que en segundo plano queda el disfrutar el día, apreciar los momentos que vivimos y nuestro entorno.
Una ida al mall fue lo que me hizo darme cuenta de este hecho del “tiempo y la velocidad” cuando llevaba solo 3 días de haber regresado de mi intercambio durante el verano (alrededor de 3 meses en el extranjero).
En una vuelta al mall con mi mamá a comprar un regalo, me percaté que mi velocidad al caminar era mucho menor a la de ella; ya me había dejado atrás y en ese momento mi mente no podía procesar que eso estuviera sucediendo. Recuerdo que pensé: “¿Será que voy muy lenta o será que ella va demasiado rápido?” Yo sentía que iba a mi ritmo, pero al parecer “mi ritmo” y “su ritmo” estaban fuera de sincronía. La alcancé y le comenté lo que pensaba, y aquí el punto que mencioné anteriormente… para ella, eso era lo normal, lo de siempre, no sentía que estuviera yendo muy de prisa. Estoy segura que si no hubiera tenido la oportunidad del intercambio, mi “yo” de ese entonces no habría observado esto, pero mi perspectiva de “recién llegada” me hacía darme cuenta que en verdad iba muy rápido, y que, para mí, no había necesidad de ir a ese ritmo. Pero bueno, ese “ritmo” que tenía en ese entonces, solo me duró como 1-2 semanas y fue reemplazado por “la prisa normal de la ciudad” al regresar a clases, hacer proyectos, tareas, estar en actividades extracurriculares… en fin… creo se pueden dar una idea.
Regresando al presente, estando aquí en Nueva Jersey, he recordado que la naturaleza siempre tiene un gran impacto en mi forma de ser. He notado cierto patrón de que lugares que cuentan con muchas áreas verdes me ayudan a centrarme, a recordar y estar en el presente y a retomar mi propio ritmo. Al ver el atardecer de hoy, observar el cielo cubierto por una sección de tonalidades moradas, azules y naranjas rodeado de nubes esponjosas, me sentí yo misma.
Creo que puedo regresar a esa calma de antes que formaba parte de mí, esa calma que quiero conservar y mantener conmigo sin importar el lugar en donde esté… porque… A pesar de que nuestros alrededores impactan nuestra forma de ser, somos nosotros quienes podemos elegir preservar nuestra esencia y nuestro propio ritmo de vida. No digo que sea fácil puesto que al exponernos a un entorno que intenta moldearnos a esta estructura preestablecida, podemos tropezar y regresar de manera inadvertida al ritmo marcado por la sociedad que nos rodea. Sin embargo, si nos proponemos dedicarnos aunque sea unos 10-15 min al día a evaluar cómo nos sentimos, podremos notar si algo ha irrumpido nuestra paz, nuestra verdadera forma de ser y establecer acciones para recuperarla.
Al finalizar este viaje, quiero que mi retorno a casa sea lo más tranquilo posible. Sé que mis alrededores van a cambiar, pero eso no significa que mis aprendizajes aquí hayan sido en vano. Simplemente significa que debo adaptar lo aprendido a mi nuevo entorno, encontrar maneras de estar cerca de la naturaleza y seguir en este crecimiento personal para encontrar mi estabilidad emocional y conservar mi “nueva forma de ser”, una que ha evolucionado y que seguirá evolucionando conforme el paso del tiempo.
“El arte de la vida es un reajuste constante a nuestro entorno”.
Okakura Kakuzo
Nota Personal
Por alguna razón inicié este post pensando que las palabras fluirán muy fácil, pero me di cuenta que fue un tema difícil de desarrollar para mí. La idea estaba visible y clara en mi mente, pero al momento de escribir se volvió complicado… no sé por qué. Espero que ustedes hayan disfrutado leer mi post y que por mi parte haya logrado enviar el mensaje que quería dar.