Si leyeron “Lluvia”, sabrán que amo los días lluviosos. Son mis días favoritos. Tan importante son los días lluviosos para mí, que decidí dejar en “borrador” un post en el que estaba trabajando para mejor enfocarme en escribir algo más espontáneo mientras escucho el sonido de la lluvia a través de mi ventana.

Mientras escribo este post tomando un café caliente, recuerdo aquella vez que estuve de intercambio en Houston en la que decidí salir a conocer los alrededores y buscar un lugar en dónde comer, aún y cuando estaba lloviendo y parecía que la intensidad de la lluvia aumentaría. Nunca olvidaré ese día porque, aunque sabía que la decisión más inteligente era quedarme en el departamento y esperar a que la lluvia pasara, mi yo de ese entonces pensó: “¿Qué podría salir mal? Además, ¡me encanta la lluvia! Qué mejor que salir y disfrutar de una deliciosa comida viendo la lluvia caer a través de una ventana”. Y fue esa decisión la que me llevó a vivir un momento de esos que pasan en algunas películas en donde muestran una escena en la que el personaje principal está sentado en un autobús, deprimido viendo la lluvia caer a través de la ventana y/o en la que el personaje principal lleva un paraguas que fue literalmente destrozado por el intenso viento y se encuentra camino a su casa empapado, frustrado y triste (Nota: Por si aún había dudas, sí, ese personaje principal del que acabo de hablarles fui yo ese día lluvioso). Ahora les cuento más detalles de lo que sucedió.
Salí con mi paraguas y mis Converse negros (tipo bota) favoritos con bastante hambre. Las palabras clave aquí son: lluvia, paraguas, Converse favoritos y hambre. Después de haber caminado una distancia considerable, me subí al metro con rumbo desconocido, porque, parte de la salida era “salir a explorar y conocer más mis alrededores”. Comencé a investigar opciones para comer en Google Maps mientras el metro estaba en movimiento y me di cuenta de lo siguiente: 1) La lluvia estaba cada vez más intensa y no parecía fuera a detenerse pronto 2) Los lugares de comida que me llamaban la atención estaban bastante retirados de mi departamento y debía considerar la lluvia y la distancia para mi regreso. 3) Muchos lugares parecían estar cerrando precisamente por las “condiciones climáticas”.

En ese momento, decidí bajarme en cualquier estación en la que hubiera un restaurante abierto para comer. Mi hambre era tal que, en cuanto vi un Subway cerca de una de las paradas del metro con la señal de “Open”, me dije a mí misma: “¡No me importa que sea un Subway! Con que coma algo en este momento estoy bien” (Nota: No soy muy fan del Subway, no se por qué… pero si puedo evitar comer en un Subway, lo evito, no me llama mucho la atención… así que ya se imaginarán mi resignación). Me bajé rápidamente en esa parada y es ahí cuando me di cuenta de la magnitud de la lluvia y las condiciones climáticas; mi elección de salir había sido una muy MUY mala decisión. Pero, aún con algo de optimismo, me dirigí a cruzar la calle porque tenía un único objetivo en mente: ¡comida! Lamentablemente, cualquier pizca de optimismo que me quedaba se desvaneció por completo cuando observé el enorme charco de agua que debía cruzar para llegar al otro lado de la calle y alcanzar mi destino.

Estos son los fragmentos que visualizo al pensar en ese momento en particular. Veo hacia abajo, mis hermosos Converse negros de bota que tanto cuidaba y mantenía lo más limpios posible, veo hacia adelante, el Subway esperándome con sus puertas abiertas para recibirme y darme un sandwich de lo más normal para satisfacer mi apetito, veo hacia arriba, mi paraguas siendo agitado violéntamente por el viento y la lluvia pero resistiendo contra la corriente, veo hacia abajo nuevamente, charco gigante de agua. Camino hacia el charco y me doy cuenta que el charco es más profundo de lo que pensaba, pero sigo avanzando (Nota: para una mejor experiencia para el lector, recomiendo visualizar esta escena en cámara lenta y agregando un: “Nooooo” cuando me doy cuenta de la profundidad del charco). Después de cruzar la calle, el primer pensamiento que me vino a la mente fue que mis Converse nunca habían atravesado por una situación como esa, una situación que los pusiera en riesgo y me enojé (sé que quizás es algo tonto, pero así es como lo recuerdo), pero el enojo, así como llegó, se evaporó rápidamente y se transformó en tristeza. Me veo empapada a través del reflejo de la puerta de vidrio del Subway, respiro profundamente y abro la puerta. Por lo menos comí fuera del departamento ¿no?

Al terminar de comer, me preparé para afrontar con valentía la fuerza de la naturaleza para regresar a casa. Corrí a cruzar la calle, nuevamente pasé por el charco gigante de agua en mi regreso a la estación del metro y con paciencia esperé a que llegara el metro. Empapada me subí al metro y, mientras veía la lluvia caer a través de las ventanas sintiéndome deprimida y triste por la situación, imaginaba la felicidad que sentiría al entrar a mi departamento.
Llegué a mi estación, me bajé del metro, abrí mi paraguas y ¡bam! Paraguas roto por el viento tan fuerte que corría, ¡lo único que me faltaba! No tuve de otra más que aceptar que la lluvia me estaría golpeando mientras caminaba hacia mi departamento, que eran unos 10-15 minutos de caminata. Ya para ese entonces ¿qué ganaba con pretender que todo estaba bien? Arrastré mis pies mientras caminaba en pose de que había sido derrotada y balanceaba el paraguas roto en una de mis manos. Finalmente llegué al departamento, aventé mis Converse todos sucios y mojados, tiré el paraguas en el piso, me quité mi ropa y me metí a bañar. Esa felicidad que creí iba a tener cuando llegara al departamento, realmente no llegó, me sentía triste y deprimida por todo aquello que había vivido. Pero creo que el lado bueno fue haber vivido un momento de esos que pensé sólo pasaban en las películas.

Y aquí termina la historia de lo sucedido en aquél día lluvioso, un día en el que, aunque pudiera regresar en el tiempo, no cambiaría nada. Creo que este es uno de los recuerdos más vívidos que tengo porque no tenía mucho de haber empezado a vivir por mi cuenta en Houston, además, era la primera vez que las consecuencias de las decisiones que tomaba recaían 100% en mí… es decir, al regresar a mi departamento no estaría mi mamá para prepararme un tecito y abrazarme; si me enfermaba o me sentía mal, estaba en mí encontrar una solución. Si bien, siempre conté con mi familia y sabía que estaban a una llamada de distancia, estaba segura que esta era solo una de muchas situaciones que tendría que superar por mi cuenta si realmente quería crecer como persona y ser más independiente.
Espero hayan disfrutado de este post bastante espontáneo que surgió gracias a este hermoso día lluvioso que viví dentro de nuestro departamento. Un día en el que pude disfrutar de ver y escuchar la lluvia a través de la ventana mientras escribía sobre un recuerdo de un día lluvioso acompañada de una taza de café.
Las buenas decisiones provienen de la experiencia. La experiencia proviene de tomar malas decisiones
Mark Twain